jueves, 12 de abril de 2018

"India, un vaivén de emociones". Testimonio de Carol A. Crespo


Te envuelve suave y tenue, pero intensa. India, rebosante de ruidos que son vida o de una vida hecha de sonidos. Olores, contacto. Es, y no pide permiso para serlo. Te ofrece su abrazo húmedo sin pudor, invadiendo tu intimidad, llegando a todos los rincones de tu cuerpo.

El primer “namasté”. Curioso, cómo hemos importado este concepto los/as occidentales. No es nuestro saludo, impersonal y susurrado apenas, evitando el contacto visual para que el otro/a no intuya siquiera lo que se mueve debajo de la superfície. Su “namasté” es un reconocimiento, sin ceremonia, un intercambio fugaz, pero real. Te veo, aquí y ahora, con lo que haya. Asientes e integras la lección de vida.

Perderte entre turistas es siempre confuso. Te agotan las energías fluyendo demasiado rápido. La masa humana fotografiando sin cesar difumina y nubla la belleza majestuosa del Taj Mahal. La serenidad del ocaso en el Fuerte Rojo te devuelve a la calma, y ensimismada haces y deshaces el camino, perdiéndote entre las últimas luces del día, adivinando la historia que se esconde entre sus muros.

La brisa dulce de los campos de arroz te descubre en la puerta abierta del vagón, y los primeros rayos de sol te acarician el rostro, acunándote, borrando los restos del cansancio acumulado.

Varanasi. Te recibe con sus manos cálidas, los brazos abiertos de un hogar revuelto, lleno de vida, de brillantes colores y experiencia sensorial. El griterío te envuelve y acalla el ruido interior, y abres los ojos tanto para retenerlo todo que te duelen del esfuerzo. Las viejas emociones no sentidas y las nuevas que surgen incipientes repiquetean luchando por salir y, al dejar la mochila en la cama de este nuevo hogar, sientes que todo lo que has caminado hasta ahora te ha llevado hasta este lugar, y por fin puedes respirar hondo y dejarte sostener, al ritmo de este dulce, suave y constante vaivén.

Te dejas estar en el silencio y las emociones se van asentando. Caminas y te das cuenta de que tu ritmo se ha hecho más lento, de que tu mirada se ha vuelto más despreocupada y, al mismo tiempo, más curiosa, atenta. Contemplas cada rincón y cada ceremonia con respeto, hundes tus manos en el Ganges. Un anciano llena tus manos vacías de pequeños pétalos para que puedas hacer tu ofrenda, sin cuestionarse el porqué estás allí, ni si eres o no una extraña. Le miras y, al fin, comprendes.


Gracias infinitas Cris y Ravi porque no se me ocurren mejores manos en las que podría haber estado. Gracias por la paciencia, las conversaciones, las risas y por la pasión que ponéis en vuestro trabajo. Fue un viaje precioso, cuidado y emocionante, lo guardo con mucho cariño en mi memoria.

Carol A. Crespo

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